Monday, August 01, 2005

Gran Mentira, Mundo Pequeño

El siguiente cuento tiene cinco años conmigo. Aparte de un par de pequeñas modificaciones, la historia se ha quedado exactamente igual. Si, LaViga, lo sé. Parece otra cosa pero que quieres... soy masoquista...
Tres Días Y Una Gata Blanca
Por Roberto Guijarro


PRIMERA NOCHE.
SOLO OTRA VEZ… NATURALMENTE.
Después de trabajar, haciendo tiempo en la calle para no llegar a casa y cuándo no encuentro más pretextos, vuelvo; meto la llave en la cerradura. No hay nada. Ni tu aroma ni tu risa ni tu música a todo volumen ni tu bolso en el comedor ni tus llaves. Nada. Solos yo y la gata blanca que era tuya y que se te olvidó. O que tal vez dejaste como para hacerme recordar que de verdad exististe en mi vida.

Después de preparar la cena y de tirarle constantes pedacitos de jamón a tu gata, como tú acostumbrabas y que ahora ella, exigente, me mira y me pide en silencio, me siento en la sala. Pongo el CD que, de tanto escuchar, rayaste. Prendo un cigarrillo. Abro una cerveza. Yo no fumo y tú no bebías. Así como yo odiaba el humo, tú detestabas el alcohol. No me fumo el cigarrillo pero si me acabo la cerveza en tres tragos. Lanzo la lata al basurero que queda tras del sillón y a un lado del refrigerador ¿y que crees?, la meto, limpiamente. Justo como te caía tan mal que hiciera. Miro alrededor, buscándole sentido a seguir aquí. Entonces veo los ojos verdes. De frente, mirando inquisitivos. Tu gata está sentada en el resquicio de la ventana, justo dónde se sentaba a esperar a que volvieras. Hace mucho que no lo hacía. Supongo que el escuchar tus canciones por mi culpa hizo que te extrañara también.

PRIMERA MAÑANA.
UN DÍA NUEVECITO.

Decido no ir a trabajar. Nadie se dará cuenta. Me siento de nuevo en tu sillón. Abro el viejo álbum que también miraste hasta el cansancio. Ese que comenzó mi madre y que continuaste tú. Me da frío. Abro el armario y agarro mi viejo suéter gris. Si. Ese mismo que rescaté de la basura cuándo decidiste que me iba mejor el casimir y la lana. Regreso a la sala y, sobre el álbum, tu gata. Curioso. Se sentó exactamente en la última foto que nos tomaron juntos. ¿Te acordarás de ese día?. Llovió mucho. Tú ya no vivías conmigo. A pesar de tu renuencia a verme, por alguna razón que jamás entenderé, me invitaste al cine. ¿Recuerdas la película?. Yo sí. Pero más la recuerdo por que no la vi. Toda la cinta estuve mirándote en la oscuridad de la sala. Disfrutando de ti. Fuimos a cenar y encontramos a tu amiga Leticia. Ella tomó la foto por que era día de su cumpleaños. En ese maldito restaurante dónde pensaba arreglar las cosas para que volvieras conmigo y al que no he vuelto a entrar. Por cierto, el otro día me encontré a Rodrigo, nuestro mesero. Te manda saludar. Aparto a la gata del álbum y ella vuelve hasta el resquicio de la ventana. Me doy cuenta: está nublado afuera. Decido salir a caminar. Así, entre una muy ligera llovizna, mis pasos me llevan a dónde vives ahora. Ese departamento “dúplex” de lujo que compartes con Maestro Limpio. Maldita sea. Es curioso que tu nuevo nido esté a sólo minutos de nuestro rincón. Supongo que las bromas que a mí me juegan entre Dios y la vida nunca terminarán. Me doy media vuelta. Cuándo intento regresar sobre mis pasos, un auto sale del estacionamiento. TU auto. Vas con Maestro Limpio. Tu mirada me atraviesa. A pesar de estarme mirando directo a la cara a través de tus gafas oscuras y el cristal de la ventanilla, no me ves. O finges demasiado bien. Me levanto las solapas de la chaqueta intentando cubrirme del frío y me doy cuenta: es la de lana que me obsequiaste la última navidad. Miro al suelo, esperando a que terminen de salir tu y Maestro Limpio. Cuándo salen, volteo y me parece mirarte volteando. Je. Cuándo llego a casa, no lo puedo evitar. Un pinche suspiro y una cabroncísima lágrima se me escapan. Y tu pinche gata, sentada en el resquicio de la ventana, me mira y parece decirme: “sí, te entiendo… está cabrón que te olviden”. Me doy cuenta de algo más: vuelvo a decir groserías y a sentirme a gusto diciéndolas.

SEGUNDA NOCHE.
SEÑALES DE ADVERTENCIA.
Media botella de whiskey. Jack Daniel’s. El que más odiabas por que, con dos tragos, yo ya estaba ebrio. Sin embargo, esta noche no pasa nada. No estoy ebrio, no me siento mareado y no siento ganas de llamarte. Sentado, en la oscuridad de la sala, estoy cantando “I have to find you, tell you i need you…”. Y tu gata por fin se quita del resquicio y se sienta en mi regazo. La misma cara de reproche que tú me ponías cuándo bebía solo. “Nobody said it was easy… no one ever said it would be this hard… take me back to the stars…”. Me fumé un puro. A pesar de que dejé de fumar hace años, a pesar de que intenté que lo dejaras, esta noche no lo pude evitar. Y eso es lo que parece molestar más a la gata. O será que el olor a tabaco y whiskey que siempre tenían nuestras discusiones, le volvió a recordar que te fuiste y que la olvidaste aquí. “And the truth is I Miss You…”. Sí. La verdad es que te extraño. Te extrañamos. Levanto la bocina del teléfono. Intento marcar tu número. Pero se me olvidó. Lo olvidé. Caray. Tu gata me espera en la cama. Igual que cuándo estabas tú. Se recuesta sobre tu almohada y sólo parece descansar cuándo apago la luz y me le quedo mirando, en la oscuridad. Cierra los ojos y con un suspiro, parece decirme: “descansa… igual mañana será otro día”.

SEGUNDA MAÑANA.
LA VELOCIDAD DEL SONIDO.
A media mañana, salgo de la oficina. Pasaron tres cosas terribles. La primera se dio cuándo me paré a comprar café. El señor me dio dos vasos. Me dijo “uno capuchino para la pecosa”. Obvio, se refería a ti. “No”, le dije, “la pecosa hoy no toma café”. La segunda pasó en la oficina. Vino tu amiga Leticia. A pedirme una blusa que también olvidaste en el departamento. Le mentí. Le dije que tiré todas tus cosas. La verdad es que esa fue la blusa que te quitaste y aventaste quién sabe dónde la última vez que me hiciste el amor. La encontré tres días después de que te habías ido. Estaba borracho. Me dormí en el suelo de nuestro… de mi cuarto. Y ahí, debajo de la cama, detrás de una caja de quién sabe que cosas, estaba la blusa. Estiré la mano y la tomé. Al tomarla, casi la sentí tibia, como si te la hubieras acabado de quitar. Y olía a ti. Demasiado. Mucho. Por eso no se la quise dar a Leticia. Salí casi tras de ella. Una vez en la calle, sentí náuseas y vomité. Con una chingada. Me caga ser tan débil cada que tu mundo vuelve a chocar con el mío. La tercera pasó de nuevo en la oficina. Cuándo regreso a mi cubículo, Manuel me dice que necesita un número telefónico y unos papeles. Cuándo despego un post-it para darle el número que necesita, descubro una foto tuya. Mi favorita. Estás con la pinche gata. Tu sonriente, con la piel rosada. Cualquiera que la mire, lo adivina. Estabas enamorada cuándo te tomé esa foto. No de mí, pero sí estabas enamorada. Y tu gata, por alguna razón, cerró un ojo. Parecía querer decir algo. Lástima que no la escuché. A lo mejor ella sí sabía que nos ibas a abandonar. Manuel me pregunta por ti. “No sé” le digo. Me doy cuenta: aún hay mucha gente a la que no le he dicho que te fuiste. Demasiada. Pero algunos parecen adivinarlo.

TERCERA NOCHE.
HISTORIA DE FANTASMAS.
Compré comida china. Leo, el dueño del restaurante me dijo que te vio, el domingo pasado. Entraste con Maestro Limpio. Y a Maestro Limpio no le gustó el lugar. “Que bueno” dijo Leo, “eso le pasa por traer gente nueva al lugar que era sólo de ustedes…”. Me río. Por dentro. Estoy de acuerdo con Leo. Al llegar a la casa, miro a tu gata. Pinche animal, ¿qué no se ha movido de la ventana en todo el santo día o que le pasa?. Sacó la comida de los contenedores. Dos veces le acerco un tenedor, como tú le hacías. Sólo me voltea a ver, me manda a la chingada y sigue mirando afuera. Comienza a llover. A torrentes. En medio de la tormenta, Ed me llama. Platicamos largo. Entre otras cosas, me dice que debería sacar lo que traigo dentro. Bromeando le digo que sería un batidillo pues acabo de cenar comida china. Nos reímos como tontos, como cuándo éramos adolescentes. “En serio… deberías hablar de eso… al menos escribir como antes…” . Como antes. Si todo fuera como antes, no estaría aquí sentado, viernes en la noche, hablando por teléfono con mi mejor amigo, que, por cierto, es casado. Si todo fuera como antes, estaría contigo, en algún bar, en algún café, en uno de tus pinches lugares culturales, en el cine… o cogiendo como animales en el piso de la sala, yo empujando a tu pinche gata que a cada rato nos venía a mirar y sólo se quedaba así, mirando fijamente. Eso me cagaba. Me sacaba de concentración. Cuándo cuelgo el teléfono de hablar con Ed, saco una cerveza. Me vuelvo a sentar en tu sillón. Meto las manos en los lados del cojín, sin saber que encontrar. Unas monedas, polvo, pelusas. De pronto encuentro el librito azul que tanto desmadre hiciste por que no aparecía. Tu pinche diario. La tentación de abrirlo es demasiada. De todos modos, pendeja, ya me culpaste. Ahora lo leo. Lo comenzaste al día siguiente de venirte a vivir conmigo, a mi departamento. Página tras página de cómo eras feliz, de cómo te molestaba que hiciera tal o cual pendejada. De cómo te gustaba esto y lo otro, de cómo cada semana esperabas de mí esto o aquello. ¿Sabes cuántas veces encontré que me querías?. Ni una. Nada. Y me acordé. Jamás me lo dijiste. Que pendejo soy, ¿no?.

TERCER DÍA.
ARREGLARTE.
La mañana llega cuándo todavía estoy leyendo tu basura de diario. ¿Será posible que me haya enamorado así de alguien como tú?. Al carajo. A la mierda. Se acabó. Mi luto termina hoy. No más lamentarme por perderte. Se acabo. Miro a tu gata. Todavía en el resquicio. No mames. ¿Qué no se aburre?. Me meto a bañar. Me visto, me arreglo. Pienso en que hoy si voy a hablarle a la chica del puesto de periódicos que está cerca de la oficina. Me pongo hasta corbata. Carajo. Reviví. Antes de salir, verificando que todo esté en orden, veo de nuevo a tu gata. No ha comido. Voy por ella a la ventana. Al tomarla, veo lo que lleva días mirando: Tú, sentada en la banqueta, mirando como pordiosera a mi ventana. Mojada por la lluvia. Cierro la cortina despacito, despacito. Y cuando la cerré, suena el timbre. Bien… ahora sólo tengo que decirte que te vayas a la mierda, cara a cara…. de frente. Y si me pides a tu pinche gata, chingas a tu madre, no te la doy. Es más mía de lo que jamás fue tuya. A los dos nos olvidaste aquí, ¿qué no?…

FIN.