Tuesday, August 16, 2005

3 Décadas


Pero aquí estoy, me dije,
Y no sé si aún respiro
Como ayer, como un lustro.
Me he levantado para andar
Entre mis adorados muertos.
La apariencia me delata,
Sin embargo. Por que por dentro
Soy un hombre con la ilusión
De la mentira.

Escucho, miro,
Con la ingenuidad del niño
Que no sabe que ha crecido.
Y mi piel tiene tres décadas.
Aquí estoy, después de mis muertes,
De haber sentido los vientos
De la aniquilación, del aire
Que deletrea los insomnios
De las arrebatadas cuatro
Estaciones que tensan, raudas,
La vida, tu vida, la mía.

No sé por que nos hacemos viejos.
El rostro no es el mismo cada año.
Una arruga inesperada,
Un temblor en las débiles piernas,
Un leve dolor en las entrañas,
Un amigo que se irá, mi padre
Que no estará, y el indeciso amor
Que se niega a morir.
Yo ya no soy ese del retrato
De hace un año, de hace una década.
¡Cómo, Dios, no somos lo que fuimos!
Sólo el corazón sabe los cambios,
Los mecanismos de la razón,
Los engranajes de la cordura
O de la locura. Nadie sino
Uno lo sabe, y eso no siempre.
Los sentimientos ni la mujer
Amada puede sentirlos.
¿Quién no ha oído una palabra
de amor que no lo haya enamorado
pese a su insinceridad?
¿No hemos querido debidamente?
¿No nos han y hemos, tantas veces,
engañado con perfecta simulación?

La edad también engaña,
Treinta años no es nada, pero es mucho.
No sé por que hemos de morir
Si el amor jamás tiene un fin.
No quiero llegar a viejo, pero nadie
Va a venir a restarme edad.
La patraña del cuento del diablo
Que compra aquellas almas descarriadas
A cambio de la eternidad
No la cree ahora ni el niño
Enfermizo ni el ebrio obstinado.
Si yo fuera el que fui hace apenas
Un minuto, no sería, creo,
El que soy ahora, el mismo que
dejará de ser en un minuto,
el que antes fui. Una dolencia
nueva, seguramente, me hará
otro el día que aún no llega.
Treinta años, dicen, es la vida
Partida a la mitad, que es nada
Pero es mucho, dicen los que saben.
Lo bueno es que yo, como Sócrates,
Solo sé, y bien, que no sé nada.

Los jovencitos, por que uno finalmente
Lo fue, desconfían de los mayores
De treinta años. Los mayores, entonces,
no deberían confiar en los niños
de dieciocho. Pero, no, sucede
lo contrario: se llega a la edad
en que el corazón está abierto
permanentemente.
Y no se diga en aquellos placeres
del amor que, quizá,
algún día, ya no puedan practicarse
con el mismo fervor y lozanía
de los años tumultuosamente idos.
Pero quedan otras, algunas,
Cosas, que se suman a la intranquilidad
Obtenida: la paciencia, acaso, la tolerancia, la disposición
A la charla, remontarse al pasado,
Hablar del ayer. ¿Por qué se ha de hablar
Siempre de lo que ya ha ocurrido
De lo que ya fue, de lo que pasó?
El reino de los viejos permanece
en la antigüedad, en la memoria.
Por que el futuro les está vedado.
Después de los treinta se es adulto.
Treinta años son, entonces,
La desenfrenada acumulación
De todos los vehementes estados
Del hombre: desde la el niño
Hasta la responsabilidad y el umbral
De la supuesta madurez emocional. ¡Que horror
Ha de ser alcanzar los treinta
Sin haber sabido exactamente
Ser un bullicioso niño, un cálido
Pero arrogante adolescente,
Un retador y altanero joven
Y un respetado señor que ha negado
El paso a un altanero joven,
A un arrogante adolescente
Y a un insoportable escuincle,
Olvidando todas sus anteriores
Etapas de su bienhechora vida!
¡Tan pronto olvidamos lo que fuimos!
Luego dicen, e ignoro los motivos,
Que treinta años no es nada, pero es mucho.

Para mi fortuna, aún tengo madre.
Hay quiénes no tienen, y sin ser
Necesariamente huérfanos. Cuando
Mi padre se vaya de este mundo, empezaré a saber
Como un cuerpo puede ser mutilado
de a poco. Por que algo perderé
con su partida. No sé. Quizás la
luz de mis ojos, quizás la súbita
confesión inesperada, quizás
el abrazo que ya nadie me da.
Me han dicho que después de los treinta,
Empieza a irse con uno la gente
Con la que se ha crecido. Es natural,
Dicen, es la ley de la inexorable
Vida, y con las leyes no se juega,
Dicen los que saben, y no lo dicen por decir.
Yo todavía tengo a mi padre, a mi madre,
A mi hermana y a mi hermano, tres gatas,
Dos perros, un amor, amigos, gente que me hace falta
Aún sin conocerla, sin saber
sus nombres, sus culpas, sus privaciones.
Aún tengo mucha música en mi cuerpo,
Las lecturas de aquellos inolvidables libros,
Callados compañeros ruidosos,
Los besos de una mujer insaciable.
Treinta años bastan para cerrar,
¿por qué no decirlo?,
los ojos, las manos, el corazón.

Es una edad mediana,
La de los treinta, dicen.
Quiero creer, mejor, que
Tengo dos edades, dos
Temperaturas, dos vidas,
Dos visiones, ¿dos mujeres?,
Dos muchachos de quince
Rondan en mi sosegado
y muy inquieto cuerpo.
¿Mister Jeckyll y el otro,
el famoso Hyde, habitan
probablemente en mí,
como en todos los hombres?
Lo cierto es que no
Es una edad muy avanzada, pero
Tampoco es tan jovial.
Entonces, prefiero el equilibrio:
Ni mozuelo ni senil,
Sino todo lo contrario.
Treinta años, dicen,
No es poco, pero, no, tampoco es mucho,
Y yo les creo.