Wednesday, May 25, 2005

Mi Primer Cuento.

Abril de 1998. Mi primer tatuaje. la Amazona de la TInta esta totalmente indignada. Para intentar contentarla le escribi un cuento. Creo que funciono. Si les gusta, diganmen, alimenten mi ego. Si no... pues ya ni modo. Proximamente, "Veneno", mi segunda y (según yo) mejor historia corta.


Natalia En Tinta.
Por Roberto Guijarro

1.-
La Mañana Pasajera.

Despertar esa mañana con el dolor en el brazo. Sabes lo que hiciste pero desearías que fuera un sueño. Una pesadilla de amor.

La conociste en el bar de siempre, donde tomaste más cervezas de las debidas y donde ella te pidió un cigarrillo. Te ahogaste en su mirada de desamparada y en su sonrisa de seducción. Las palabras no fueron obstáculo: “¿bailas?” “si…”. Y toda la noche sujeto a su cintura como si fuera el último refugio para la maldad del mundo, como si de sujetarte dependiera tu vida. Y sentir su aliento tan cerca de tu boca. Una invitación y una advertencia. Y sus ojos que no te soltaron jamás y se encadenaron a los tuyos para que no los olvidaras por el resto de tus días. Hubieras hecho todo por ella para no perderla. Y lo hiciste.

La luz de neón te llama desde la ventana. Quiere te levantes y que enciendas la luz de la habitación para que mires su obra, para que puedas descubrir cuál fue su regalo. La resaca, el dolor de cabeza y el mareo no te dejan. Pero los desafías y lo haces. Enciendes la luz y allí está, mirándote. Caminas al baño y, frente al espejo, lo miras de nuevo. Rojo. Negro. En llamas. Y su nombre. El que gritaste tantas veces anoche, como si gritarlo fuera la salvación de tu alma eterna.

La soledad siempre te empujó a las cosas más desesperadas. Dejaste todo atrás. Familia, amigos, sueños y esperanzas. Pero nunca abandonaste tu corazón, que a pesar de estar siempre roto, siempre sangrante, sigue sintiendo. Siente el peso de tus lágrimas en la noche, siente tus rezos por terminar con esta sensación de estar siempre al borde, carga con tu dolor. Y siente tus ganas de terminar con esta maldición de despertar cada día sin recordar lo que pasó ayer.


2.-
Natalia

Si las advertencias fueran marcas de fuego en tu puerta, jamás la abrirías. Pero esa noche, cuándo estabas tomado de su cintura descubriste a alguien igual a ti, a alguien que llora tanto como tú. Y le abriste las puertas. Dejaste que viera más allá de lo que nadie vio jamás, dejaste que observara y estudiara lo que nadie conoce de ti. Y la dejaste tomarte entre sus manos.

Cabello largo, entre rubio y rojizo. Ojos cafés, más profundos que el pozo más hondo en esta Tierra. Cuerpo que cualquier artista hubiera matado por pintar, por esculpir, por dibujar y poseer. Y un espíritu fuerte, demasiado fuerte. Te contó que no creía más en el amor, que una vez hubo alguien en su vida pero que la abandonó y que nunca más quiso saber si existía alguien más. Y tú soñaste con ser ese alguien, soñaste con ser su caballero salvador, él que le tomara la mano delicadamente y la hiciera sentir a salvo, en paz… tranquila.

Y tú le creíste todas las palabras, todas y cada una de ellas. Hasta cuándo dijo “Te Quiero”. A pesar de sentir que caías cada vez más al infierno, le creíste. Y hubieras dado tu vida entera por ella. Y hubieras querido amarla ahí mismo. Pero sentirla entre tus brazos bastó. Sentir su cuerpo cerca al tuyo fue suficiente. Y lo supiste: estarías perdido por siempre.

Esa noche terminó en el momento en que en su puerta te dijo adiós y te empujó para que no entraras en su vida en ese momento. Para que te dieras cuenta que alguien como tú jamás podría aspirar a ser su caballero en armadura, su príncipe azul. Ella no era quién necesitaba ser rescatada. Ella no era quién estaba en peligro. Nunca lo estuvo y nunca lo estaría.

3.-
La Noche Eterna

Después del bar, cuándo todas las puertas estaban cerradas, caminaste junto a ella. De nuevo sujeto a su cintura, deseando ver más allá de la minifalda de cuero y de su silueta. Llegaste a su habitación. Y no te invitó a pasar. La dejaste ir pero ella no a ti. “Jamás” te dijo. Y sonrió. Y lo supiste: era cierto, jamás la dejarías ir.

Otra noche más en el mismo bar de siempre, mirando siempre a la entrada, deseando que cada persona que entra sea ella. Y nunca llega… hasta que las luces se ponen rojas. Se pinta su sombra en el suelo y su silueta está allí. Quisiste fingir que no sabías quién era pero el corazón te traicionó. Tu mirada de lado la atrajo a ti. “Hola” dijo ella y tú ya estabas perdido.

Comenzó a jugar con lo que más te duele, con tu orgullo. “No te atreverías” dijo. “¿Y si lo hago, qué?” respondiste, dispuesto a pelear hasta con Dios por ella. “Seré tuya esta noche si lo haces”. La dejaste elegir. “Y tu nombre en medio” agregaste. “Y mi nombre en medio” le dijo ella al hombre. Y así, nació en ti Natalia. No te importó sentir el dolor. No te importó saber que quedabas marcado por siempre. No te importó saber que serías por siempre de su propiedad.

Entrar a tu habitación fue como entrar a un horno. El calor de la noche creció con el calor de sus besos y con el calor de tus caricias. Nunca conociste a nadie que te pudiera destrozar y reconstruir de nuevo así. Nunca creíste que podrías llegar a ver las puertas del infierno y regresar a probar el paraíso. Así como tú ya eras propiedad de ella, ella se hizo tuya esa noche. Una y otra y otra y otra vez. Y cada vez más poderosa, cada vez más frenética. Y cada vez que decías su nombre, queriendo encadenarte a ella, tu brazo te recordaba que ya lo estabas. Y esa noche ella se convirtió en mujer y tú fuiste Dios. Y esa noche ella fue todo el Mal y tú el cordero. Y esa noche supiste que jamás habría nada igual en todo el mundo. Y esa noche terminó.

Mientras miras el tatuaje, descubres la nota pegada en el refrigerador. “Fuiste mío. Eres mío. Y serás mío.” Y ahora, Natalia es sólo un nombre en tu brazo y un dolor en tu corazón. Sabes que se ha ido en cuerpo. Pero jamás te dejará. Vivirá siempre pegada a ti, clavada en tu memoria… y tatuada en tu brazo.