Thursday, October 06, 2005

Arquitectos

El próximo lunes hay dos acontecimientos importantísimos en dos vidas. Dos hombres celebran lo peor y lo mejor que les pudo haber pasado: encontrarse uno al otro. Y no son gays. Me explico.
Hace 17 años, Bob Guijarro era un nerdazo absoluto de 12 años. De lo peor, gafa ancha, peinado de raya en medio y relamido, zapato ortopédico del 7, 1.52 de estatura y un poco regordete. No tanto como llegó a ser años después. Pero así y todo, el 9 de octubre de 1987, Ed Hernández y Bob Guijarro cruzaron sus senderos. Más dispares que agua y aceite, Bob y Ed vivieron tantas correrías como sólo dos adolescentes pueden vivir. A todo vapor. Mujeres, autos, problemas familiares, pubertades, primeros trabajos, primeros salarios, casi todo lo primero lo compartieron. Y esta amistad comenzó con una fiesta de cumpleaños: la de Ed. El próximo lunes cumple 32 años. Y el domingo antes se cumplen 17 años de esta mítica amistad. Pero en sí, nuestro "aniversario" lo celebramos el día de su cumpleaños. Para mí es demasiado importante pues sí en alguien he podido confiar a lo largo de los años, es en él. Ambos somos la mano derecha del otro. Lo cual explica por que somos un desastre juntos.
Nuestro sentido del humor, además de todo, es épico. Legendarias son nuestras bromas como hacernos pasar por ciegos, por sordomudos (sabemos hablar a señas demasiado bien para el bien de los demás), decir que somos hermanos y encima, cuates. Sentarnos a comer, eructar el abecedario completo, un mes sin bañarnos, un mes de puras fiestas en la disco, comer una galleta de canela con col y salsa verde por 5000 pesos de los viejitos, dormir en los jardines de la prepa, irnos de pinta a Acapulco y terminar sin un centavo más que para el pasaje de vuelta y tener que dormir en la playa y en la terminal de autobuses. Partirles la madre a los respectivos pretendientes de nuestras respectivas hermanas. Siempre juntos. Y aún así, con nuestras diferencias. Yo bebo y fumo. El no. Yo he tenido más mujeres fáciles de las que podría o debería contar aquí. El no. Y no por otra cosa si no que a el le gusta hacer bien las cosas. Con todo y eso, también le entramos al famoso "role" cuando alguna chica quería con él y se acercaba a mí buscando acercarse a él. Después de un tiempo de "soltar prenda" conmigo, lograba que él le hiciera caso. A veces sólo era por estupideces que mutuamente nos contábamos. Como aquella chica que no cerraba los ojos para besar pero los dejaba en blanco... ¿te acuerdas?, la Gata le decíamos. Así, pasaron los años, demasiados para mi gusto personal, y cercimos. O más bien "tuvimos que" crecer. Y él se casó. Así, por obvias razones, nos perdimos la pista un rato. Un poco nada más. Unos seis meses. Pero ahora, todo vuelve a su curso y mi mejor amigo me vuelve a cobijar bajo su ala y vuelve a crecer esta legendaria amistad que ni Tolkien hubiera imaginado cuando creó a Frodo y a Sam.
Por cierto, el "Arquitecto" del título es él. Hay un estudio social (inútil pero muy entretenido) que realizaron en una revista hace un par de años, donde se afirma que las profesiones más afines a trabar largas amistades son... sí, adivinaron, arquitectos y comunicólogos. En fin, querido arquitecto del desmadre, Feliz 32 cumpleaños y Feliz 17 aniversario de nuestra amistad. Te Quiero Un Chingo, Ca, Si, Pu, No Ma, Cul, Eres A Toda Madre y Mi Mejor Amigo por los Siglos de los Siglos, Salud.