Friday, November 26, 2004

Primera Fila

¿Cuántas veces has entrado al calabozo para tratar de hacer las paces con los días que estuviste en el calabozo? ¿Cuántas veces te has perdonado a ti mismo por joderte a ti mismo? ¿Cuántas veces no has deseado poder olvidar todo lo malo y recordar sólo lo bueno?

Esos son los esqueletos en el clóset, las mentiras que te has dicho a ti mismo (“mañana cambio, mañana seré mejor”), las mentiras que les dices a los demás (“no, estoy bien, de verdad, lloro por que me aprietan los zapatos”) y la faceta que pones al exterior, donde, a pesar de estar medio destrozado por dentro, sigues caminando como si nada (ya sabes, “walk like a man, talk like a man, my son”). Y sólo en la oscuridad, en la soledad de tu habitación, por las noches cuándo absolutamente nadie te mira, destapas la cloaca y a veces te felicitas por guardar tan bien todo eso y a veces te maldices por almacenar todo lo mismo. A veces esos secretos te estallan en la cara cuándo menos lo esperas, dejandote noqueado. Yo solía decir, en mis relaciones previas, que no deberías dejar secretos enterrados precisamente por eso, por lo del estallido en la cara. Pero muy poco tiempo pasó para que aprendiera que es igual de riesgoso decir toda la verdad sin cubrir nada. “No preguntes lo que no quieres escuchar”, tal cuál le dicen Silent Bob y Jay a Ben Affleck en Chasing Amy, una de mis películas favoritas.

Por eso, aquí, ahora, te lo digo. Me arrepiento de no haberte dicho “te quiero” lo suficiente como para que vieras que no era el calor del tequila ni la calentura de verte muuuuy seguido (más de lo que hubiera querido) en tangas y brassieres, me arrepiento de no haberte podido abrir los ojos para que vieras más allá de mi costra, de mi cascarón, de mi coraza. Me arrepiento de no haber sujetado tu brazo e impedido que dijeras “sí, quiero ser tu novia” las dos veces que lo hiciste en mi cara, me arrepiento de no haberte insistido para que te dieras cuenta de cuando te ponían los cuernos y tú no me creías por que creías que sólo te lo decía para que te quedaras conmigo. Me arrepiento de haber sido sólo tu amigo y de haberte perdido para siempre, me arrepiento de aquel beso que se quedó flotando en el aire la última vez que estuvimos solos. Me arrepiento de haberme puesto nervioso cada vez que te metías a bañar y yo me quedaba esperándote y tú, desvergonzada, salías en toalla y me hacías voltearme unos milímetros para vestirte sin que te viera pero me dejabas ver de más “por que al fin que eres tú” (¿te acuerdas?, hasta este día odio esa frase). Me arrepiento de no tomar tu mano más seguido, de no hacerte sentir lo especial que eres para mí, de no demostrarte lo mucho que vales en mi mercado, de no hacerte sentir única, como ninguna en mi vida… me arrepiento de no haber sido tuyo y no haberte hecho mía.

Como lo expliqué antes, Te Amo. Pero soy realista; no podemos estar juntos y nuestros destinos son distintos. Así que no te extrañe si mañana vuelves y yo estoy con alguien más. Tengo demasiado para dar y encontraré a alguien que le guste lo que ve y lo aprecie y lo disfrute. El mundo tiene que seguir girando y ya me cansé de creer que se detiene cuándo queremos. Por eso te perdí y por eso me perdí. Adiós, morena mía, y que seas siempre muy feliz.

PD: Por supuesto que a pesar de todo, cuentas conmigo, que no te puedo sacar de mi vida como quién saca una mano por la ventana y que siempre serás la paloma que se me peló. Te Quiero Mucho y Suerte en Esta Aventura en la que no te puedo acompañar más que de lejitos.