Friday, November 19, 2004

La Historia del Locutor Enjaulado y La Amazona de La Tinta, segunda parte.

Cuándo decidió irse a Cuernavaca fue la semana más larga y difícil de nuestra relación. Yo me encontraba molesto por que no podía comprender su decisión repentina, surgió de todo en mí: celos, dudas, confusión, desesperación. Iba a perderla y ella era, en ese momento, la mujer de mi vida. Creí que ya había llegado la que me tendría su lado por siempre, con quién quería yo compartir el resto de mis días. Cada mes iba yo a visitarle a Cuernavaca y ya llevaba una relación bastante buena con sus papás, que me abrieron las puertas de su casa de muy buena gana y fueron excelentes personas conmigo (gracias, don Isidro, gracias, doña Malu y gracias mi cuate Iván). Bueno, tan dentro de su familia llegué a estar que su abuelo, machista y revolucionario reacio, me aceptó y hasta “hijo” me llamaba. El día que lo conocí, estaba recostado. Me llevaron para la audiencia con el patriarca de la familia y sólo me miró y preguntó:” ¿Y éste, quién es?”. Doña Malu le hizo toda la explicación. Sobra decirlo, el resto de la familia me aceptó también. Todas las tías de la Amazona me sacaban a bailar en las fiestas, me servían tragos y tragos de tequila, nos decían: “sálganse a dar la vuelta, nosotros entretenemos a los suegros”. En fin, los amigos de su familia ya me tomaban en cuenta como miembro de la misma. “¿Va a venir el güero a la fiesta?, digo para guardarle un lugar… ¿y si le gustara lo que vamos a servir?, le preparamos lo que él quiera”. De tal forma me colé en la familia, que cuándo falleció su abuelo, me heredó una escopeta preciosa. Por supuesto que no la acepté y se la entregué a la mamá de la Amazona. Así, ya éramos una pareja sólida, éramos “La Pareja”. Mis amigos, como es común, nos veían de buena manera (que curiosas son las relaciones masculinas; siempre aceptamos de buena o mala gana a las novias de los demás, aunque sepamos que nos están robando a nuestro amigo, las aceptamos. Es casi como decir: “si mi amigo te acepta, estás bien conmigo”) y estábamos incluidos en las rutinas de los fines de semana: ir a cenar, al cine, etc. Durante su primer año lejos de mí, experimentamos la primera gran crisis de nuestra relación. Por alguna razón, no hacíamos más que pelear y discutir y agredirnos y todo. Ella se había vuelto una “intelectualoide” que disfrutaba destrozar cuanta cosa yo decía que me gustaba. Llegó a despreciar Star Wars y Lord of The Rings. Se llegó a burlar de mis comics, de mis eternos tenis y de mis eternas camisetas. Una de las veces en que seriamente pensé que no estábamos bien fue en una de sus presentaciones literarias. Me llevó a donde uno de sus compañeros de la Gacetilla para el Mentalmente Superior, presentaba un libro de pseudo-poesía. Desde el momento de entrar yo estaba prejuiciado que me iba aburrir como nunca. Y no, no me aburrí como nunca. Me aburrí como JAMÁS creí que sería posible que un ser humano se aburriera sin suicidarse. Adopté mi modo “Homer Simpson” donde mis ojos veían y mi cabeza asentía pero mi cerebro pensaba “tú quédate si quieres, yo me voy”. Todas estas situaciones provocaron una gran brecha entre nosotros. Al grado de que llegamos a considerar un “break”. Por eso, un fin de semana, tomamos la decisión de agotar las soluciones y, si nada resultaba, yo volvía por donde había aparecido y hasta no verte, Jesús Mío. Llegué a Cuernavaca un fin de semana, lo que se suponía sería El Fin De Semana pues yo iba dispuesto a dejar todo por la paz antes de que nos siguiéramos dando hasta con la cubeta. Fuimos a una comida con sus papás y esa tarde recuerdo que fuimos al cine. Todo el trayecto, nadie habló, parecía que todos sabían que la Amazona y yo estábamos en las últimas, pues también los demás pasajeros del pesero iban callados. Supongo que en esto influía el hecho de que a pesar de que íbamos abrazados, nos mentábamos la madre. Llegamos al cine y algo pareció cambiar. Estaba en cartelera una película llamada “What Dreams May Come” con Robin Williams que trata sobre la muerte y nuestra poca aceptación hacia ella. Desde que entramos, la atmósfera había cambiado por completo. Yo (llámenme cursi y ridículo y lo que quieran pero yo ya aprendí a volver a llorar cuándo la ocasión lo merece y cuándo me dan ganas… mmph!) no paré de llorar durante toda la cinta. Nos tomamos de la mano y no nos soltamos. Parece mentira pero lo que nos rescató en esa ocasión fue una película y su mensaje. Por supuesto que mi actitud cambió y ella también cambió hacia mí. Fue nuestro mejor momento. En resumen, que todo estaba ya listo para el siguiente paso. En noviembre de 1999, comenzamos planificar la boda. Debo recordarles que estaba de moda el Y2K y que el mundo se iba a acabar la noche del 31 de diciembre de 1999 a las 12 en punto, así que la condición era: “si sobrevivimos, nos casamos en el primer año del nuevo milenio”. En diciembre, ella vino a visitarme para la boda de una de sus amigas, además de que asistimos a la posada que cada año organizaban mis compañeros de la facultad. Sobra decir que esa noche y al día siguiente no hicimos otra cosa que discutir y discutir y discutir. Pero aún así, en mi ilusión de arreglar las cosas, le pedí que pasáramos el último Año Viejo del milenio juntos. Aceptó. Ese año fue la primera vez que pasé una festividad lejos de mi familia, el 31 estuvimos conviviendo con la Amazona y su familia, vimos los fuegos artificiales, en fin, que experimentamos juntos una noche que de verdad está muy grabada en mi memoria por que fue la última noche que tuvimos juntos la Amazona y yo.

A la mañana siguiente, todo era distinto. El aire se sentía frío (uno de los inviernos más fríos que recuerdo) y desde la hora de desayunar, ella estaba totalmente diferente conmigo. Fue como si a ella si le hubiera afectado el Y2K y su programa hubiera tomado una configuración distinta. Fuimos a comprarle unos zapatos (unos tenis muy bonitos) y pasamos la tarde en el cine. Incluso nos dimos tiempo para escaparnos a un hotelillo. En ese momento, fue como si estuviera haciéndole el amor a un témpano. Nada de pasión, nada de fuego, nada de nada. Al paso del mes, las llamadas comenzaron a disminuir, si la llamaba por la noche, no la encontraba. “Es que se fue a una presentación de un libro” me decía su mamá. Así, pasó el mes, hasta el día 29, tres días antes de mi cumpleaños número 25. Recuerdo que estaba con mis amigos y que querían salir a ligar a la disco. Con eso de que yo sentía culpabilidad hasta por voltear a ver a las chicas en la t.v., no acepté y me retiré a mi casa por que ella me iba a llamar. A la hora convenida, suena el teléfono y contesto. Creo, hasta este día, que jamás debí levantar esa bocina. Después de una sarta de estupideces, sobre esto y sobre aquello, pretextando mil cosas para buscar hacerme enojar, me salió con la noticia de que teníamos que terminar. Le pregunté por que, otro error. Ella comenzó a recitar una letanía sobre si yo no era detallista con su mamá y con su familia, que ellos tanto que me apreciaban, etc., etc. Al final de la llamada, me amenazó con que en cuánto colgara, me quedaba sin novia. En ese instante, yo ya estaba más molesto que preocupado y sin más ni más, le azoté la bocina. De inmediato, llamé a mis amigos, que aún seguían en la oficina, me preparé y salí con ellos a partirle su maraca a la noche.

Días después, el colmo para mi desgracia, el Club de las Amazonas Feministas Liberadas del Tercer Planeta y yo entramos a un concurso de prevención del SIDA para ganarnos una beca… y lo perdimos. En mi cumple, el Club, me hizo una comida y me emborraché con tequila, como tenía años que no lo hacía. Por esos días, recibí un mail donde ella me pedía hacer las paces. Acepté ir a verla, creyendo que de verdad podríamos arreglar nuestra relación, que ella ya se había dado cuenta que yo era el indicado en su vida. Total que fui, hablamos pero lo único que pasó fue que ella me dio un discurso estúpido sobre cómo cambia la gente, sobre cómo tenemos que evolucionar y seguir adelante sin mirar atrás. Yo sólo pude contestarle “ch1ng4 tu m4dr3”. ¿Para eso viajé dos horas y media, para eso me compré una camisa y una corbata nuevas, para eso me puse en ridículo ante mí mismo? Por supuesto que nunca se lo perdoné (Actualización: es noviembre 16 y hasta la fecha creí que la odiaba, pero anoche, incidentalmente, el Duende me preguntó sobre ella… me di cuenta que ya no me molesta responder que no sé nada de ella ni me interesa… y me dio gusto que así fuera, lo cuál quiere decir que ya la he perdonado). La Amazona de la Tinta tuvo mucha influencia en mi vida, no lo puedo negar. Pero así como pudo beneficiarme, me pasó a torcer horriblemente. Creo que sólo me queda agradecerle el haberme iniciado en estos menesteres del escribir. Espero que ustedes puedan hacer lo mismo.

Así, hoy sólo me queda una reflexión sobre el estar solo. ¿Es mi vida mejor o peor por las decisiones correctas o erróneas que tomé durante los pasados diez años? ¿Soy más feliz como estoy o cualquiera de las Amazonas de mi vida pudo haber sido ELLA? ¿Es normal eso que siento cuándo veo a mis amigos con sus bebés o a mis ex con sus hijos? ¿Dónde estás tú, aquella persona que, se supone, estará conmigo por el resto de mi vida, apoyándome, en las buenas y en las malas, en salud y enfermedad, en estupidez y babosada? Será como dice la canción: “i could have met you in a sandbox, i could have passed you on a sidewalk... Could i have missed my chance and watched you walk away?” (Traducción, para quién dice que sólo yo me entiendo: “Pude conocerte en una caja de arena, pude haberte rebasado en la acera… ¿pude haber perdido mi chance y verte caminar lejos de mi?”).
PD: Si, la Amazona de la Tinta es la primer mujer que amé hasta la muerte pero no la única. Sí, la Amazona de la Tinta fue mi gran amor pero no el más grande. Y sí, la Amazona de la Tinta fue la mujer de mi vida pero no por siempre. Insisto: ¿habrá quién tenga todo lo que ha soñado de su vida a los 30?