Thursday, August 03, 2006

Y entonces, notaste como sus ojos pasaban de mirar tus manos a mirar tu boca...

1.-
Sentados, a la luz de los últimos rayos de sol. De frente. Entre los dos, sólo una taza de café que nadie se atrevía a tocar por descubrir que, a la temperatura de las miradas, esa taza estaba helada. La despedida era sin razón, por que sí. "Porque has cambiado" dijo ella, entre un sollozo que no entendiste si era de rabia, dolor o tristeza. Y aún sin comprender, decidiste aceptar. Aún sin aceptar, decidiste comprender. Y entendiste que, muy probablemente, era tiempo de cambiar los horizontes, de dejar partir, de buscar una nueva bahía dónde guarecerte de las tormentas interiores que siempre te causaron más destrozos que las exteriores. No decías nada. Sólo atinaste a bajar la mirada. A intentar que el piso te diera las respuestas que ella se negaba a entregarte. Y entonces, alzaste la mirada. Descubriste sus ojos, perdidos en la distancia, mirando más allá de tí, de ella y de los dos. Levantaste la taza para intentar distraer un segundo tu mente. Nunca probaste nada más amargo que ese momento. Ni el café te supo tan lleno de rencores, de cosas sin decir, de momentos sin compartir, de instantes sin pasar. Tragaste con dificultad el momento. Ella dijo "bueno... pues creo que es hora...". Y supiste que sí, que era hora. Ella tomó con dificultad el instante, que a leguas se notaba le pesaba más que las dos maletas. Ella se había decidido a partir a descubrir un nuevo navío que le permitiera ondear sus velas con la suave brisa que de ella partía.

2.-

Esa vez, la lluvia caía tan fuerte que varias veces te quedaste sin poder ver nada. Estabas solo, esperando el taxi milagroso que te sacaría de tu tristeza y te entregaría a la comfortable soledad de tu casa. Y al mismo tiempo, deseabas que ese momento no llegara por que estabas harto de no tener nadie con quién compartir tu soledad, alguien que le pusiera el "nosotros" a tu vida. Entonces, como la tormenta que ahora te cubría, llegó ella, con la misma intempestividad que la lluvia de esa noche. Ella dijo "buenas noches" y preguntó si ya no pasaban más buses por ahí. "No, creo que no". Era más de media noche. Entonces, las ansiadas luces aparecieron. Le ofreciste compartir el taxi. Primero, a su casa. Luego, a la tuya. Entonces, la plática comenzó. Fue agradable descubrir que, por esa noche, no eras el único naúfrago del mundo. Y el calor de su cuerpo junto al tuyo en el taxi, hirvió tu sangre, calentó la noche y evaporó las dudas.

3.-

Ahora, ella está en el marco de la puerta, como si no pudiera decirle adiós a toda esta vida juntos, a estos sueños que hoy terminan o cambian de rumbo. Se va, para siempre tal vez, para comenzar de nuevo, lejos, para dejarte atrás, para olvidarte, para no recordarte. Y entonces, cuándo piensas decirle que no lo haga, que no puede perderse así nada más el tiempo juntos, la miras. Mirando tus manos y mirando tu boca. Y lo sabes. No se va a ir. Nunca. Simplemente no podrá.

Y hoy, no se ha ido. Sigue estando en tu cama, en tu cocina, en tu sala, en tu vida. Pero sin estar. Ella vive ahora, lejos, al otro lado del mundo. Y tú, sólo puedes intentar repetir ese "no te vayas" que se quedó atorado en tu garganta. Y sigue atorado ahí. Como ella sigue atorada dentro de tu alma.