Sunday, August 17, 2008

Hace Casi Once Años...



En 1997, mi abuela, quién por cierto estos días anda conmigo por acá, estuvo muy delicada de salud, grave. Al punto que a varios de sus nietos que en ese entonces éramos más irresponsables(!?) nos hizo reflexionar muchas cosas. Mi reacción, inexplicablemente, fue poner en tinta una interpretación de lo que es la abuela Guijarro en mi familia. Hoy, casi once años después, traigo para ustedes, lo que prometí hace tiempo, mi primer intento de cuento. Tengan en cuenta que no sabía entonces ni madres de escritura (como si ahora supiera) y que la Amazona de la Tinta era mi asesora.

Veneno
Por Roberto Guijarro
1.-
Todo comienza con una llamada en mitad de la noche. Como en esas novelas que su abuelo coleccionaba. Es Esteban, el mozo del rancho e hijo adoptivo de la abuela. Le da la noticia despacito, como no queriendo. Fabián se queda sentado a la orilla de la cama. Pensando. Trata de levantarse en silencio pero Marcela se despierta.
-¿Que pasó?- dice, aún entre sueños.
-Mi abuela... acaba de fallecer.
Marcela parpadea varias veces. Fabián comienza a levantarse para vestirse.
-¿Y?, no me digas que vas a salir corriendo ahorita...
-Marce, es mi abuela... tengo que ir...
-Cabrón... después de todo lo que te hizo... lo que NOS hizo, ¿vas a ir a verla?... espero que sólo sea para comprobar que está muerta...
-Marce...
-¡Pues si, Fabián!, tántas groserías, tántas malas caras, tántos chismes y tonterías...
-¿Vas a acompañarme?
-Bueno, ¿tú estás pendejo, verdad?... es más, te lo pongo así, si vas, ni esperes encontrarme a mi o al niño cuándo regreses.
Fabían se queda parado en el marco de la puerta del baño, viendo como todo su pasado se reconstruye en su mente.

El acelerador puja con cada pisotón. El aire frío de la noche saca lágrimas de sus ojos. ¿O es que se arrepiente de haber salido así nada más y mandar al carajo toda su historia con Marcela?. En este momento ni sabe ni le importa. De la guantera, saca el estuche con el anillo con el que por fin iba a pedir a Marcela casarse con él. "Que se lo meta por..." piensa mientras abre la mano y lanza el anillo por la ventana, pisando más el acelerador, como queriendo escaparse de todo, de su pasado, de su futuro. Y piensa: "Vaya... la abuela tuvo que morirse para salirse con la suya: que yo dejara a Marcela... Abuela, lo admito... siempre fuiste más caraja que bonita..."

Muchos Años Atrás...
Fabián tiene cinco años. Para él y su primo Fernando, este es el mejor día de su vida. Ayudaron a la abuela con el trabajo que siempre la cansa tánto. En sus manecitas, lastimadas y cortadas, llevan el botín precioso. Pero al salir del maizal, la severa mirada de doña Eugenia Cabal viuda de Higueras, los detiene en seco.
-¿Que hicieron, par de jijos de la fregada?... ¡¡¡Fabián, Martín, vengan para acá, vengan a ver lo que sus hijitos hicieron!!!
Don Fabián, aparece agitado, asustado.
-¿Que pasó, mamá?
-Casi nada, mira, este par de cabroncitos, de seguro me le dieron en la madre a la milpa, mira nomás...
Fernando, a pesar de ser mayor que Fabián, rompe en llanto, asustado, ignorante de lo que pasa
-¡Bah! ¡y se pone a llorar todavía!
-Mamá, pero si nada más son unos poquitos elotes...
-¡¡No los defiendas!! ¿y dónde carajos está Esteban? ¡Esteban!... ¡¡Esteeeeban!!
Esteban es un adolescente, de 12, 13 años. Nadie sabe. Se rumora que su madre lo regaló a doña Eugenia. Tiene un problema en la cabeza que lo hace portarse como si fuera niño chiquito. "Le gusta hacerse el pendejo" dice constantemente doña Eugenia.
-¿Dónde cabrones estabas, que no viste lo que estaban haciendo estos jijos de la chingada?
-Mamá...- trata de intervenir don Fabián
-¡No, ya estuvo suave!, Tú y tu hermano no saben ni madres de como criar a un niño... a ver, si tu padre viviera, ¿les hubiera dejado hacer una pendejada así?, ¿maltratarme la cosecha?... chingada madre, no me va a quedar otra más que vendérsela bien regalada a Eustacio... Bueno, ¿y?, ¿no vas a hacer nada?.

Martín, hermano de don Fabián, agarra del brazo a Fernando y de la oreja lo mete a la casa
-¿Ves?, ¿por travieso?, ¡¡ya hiciste enojar a la abuelita!!
Don Fabián sólo se queda mirando a su hijo, sin decir nada. La abuela adquiere ese color púrpura que siempre le brota en la cara cuándo su voluntad no se cumple. Al otro día, los papás de los niños se van de vuelta a la ciudad. Las vacaciones en el rancho de la abuela siempre son el anhelo más grande de los dos y por su edad, no les importa el mañana ni lo que vendrá. Dos días después, la abuela toma el cinturón ancho que era de su esposo y castiga a los dos niños. Les da tal golpiza que cuándo los papás llegan por ellos, dos semanas después, la abuela tiene que inventar el cuento de que se pelearon los niños. A ellos no les importa. Sólo sueñan con correr entre maizales, con brincar en charcos de lluvia, con oler la leña en el fogón y por estar con su abuela, la querida abuela.

Ya está saliendo el sol cuándo Fabián llega al pueblo. Pasa la calle principal y frente a la casa grande. A la salida del pueblo está la desviación para el rancho. Curioso, piensa Fabián, cuándo estuve aquí la última vez, hace casi 15 años, me parecía enorme. Ahora no me parece que sea mucho. La gente del pueblo comienza a acercarse. La noticia se ha esparcido. Doña Geña murió. En la puerta están Esteban y el doctor Mario Hurtado. Esteban abraza fuerte a Fabián y llora. El doctor Hurtado sólo le pone la mano en el hombro y le sacude la mano, fuerte como siempre.
-Doctor, ¿de qué murió mi abuela, que pasó?, caray, era tan fuerte que creí que nos iba a terminar enterrando a todos.
-Hijo, tu abuela murió de un corazón solo y roto, de vejez, de tiempos pasados. Después de que todo mundo aquí se ha ido muriendo y ustedes, su familia, buscaron otros horizontes, ¿que le quedaba a ella?.
-¿Cómo?, ¿no hubo autopsia?
-No, hijo, tu abuela era una dama, nadie le iba a poner un dedo encima, ni siquiera yo. Y siendo el único médico legista de toda la región, mi palabra basta. Créeme, murió de soledad.
Fabián se queda pensando en cómo esa soledad se la fabricó solita la abuela. Doña Eugenia Cabal. Madre de 5 hijos. Fabián, Martín, Lucero, Carmen y Adán. De todos ellos, Lucero, Carmen y Adán, los tres menores, sobreviven. Lejos de la región. Adán incluso vivía en otro país. Los únicos que siempre pensaron que tenían que quedarse cerca de la abuela, Fabían padre, Martín su hermano, los primos Fernando y Fabián chico, de los cuáles sólo Fabián chico vive. Tal vez fue que supo poner distancia a tiempo o tal vez se hizo inmune al dulce veneno de la abuela. Ese que te mata y no sabes que te hace daño, ese que se te convierte en adicción aunque con cada dosis pierdes un poco más de tí, de tu alma. Ese dulce veneno llamado "amor" a veces, llamado "odio" otras tántas.

Los Que Se Van Y No Volverán.
Fabián hijo acaba de terminar la carrera en ingeniería en la ciudad. Hace 6 años que dejó el pueblo para venirse a estudiar, para ser alguien. Ahora va en busca de su primer trabajo. Su padre le ha recomendado buscar a don León Altamira, un viejo amigo de la familia que tiene una constructora. En uno de los barrios más elgantes de la ciudad, se levanta imponente el edificio propiedad de don León, gran amigo de don Ausencio Higuera, padrino de Fabián Higuera Cabal, padre de Fabián. Mientras espera su turno para pasar a ver a don León, Fabián no puede evitar mirar constantemente a una mujer, recepcionista de uno de los despachos que en el mismo edificio, rentan oficinas. Ella le devuelve una o dos miradas, una sonrisa fugaz pero nunca deja su trabajo. Al ser recibido por don León, Fabián de inmediato es colocado como dibujante, con un buen sueldo y un buen trabajo para iniciar su carrera profesional. Durante 3 meses Fabián, sin proponérselo, coincide en todos los lugares cercanos al edificio con quién ha averiguado se llama Marcela. Tiene bien aprendida su rutina. Los lunes, compra tacos a la vuelta. Los martes y miércoles, ensalada de frutas y un jugo verde. Con la vendedora de jugos es con quién ha sacado la mayor parte de su información. Se llama Marcela Esqueda y es un año mayor que Fabián. Desde hace dos años trabaja en el despacho legal, propiedad del hijo mayor de don León y aparentemente no tiene pareja. Eso sí, dice la vendedora, tiene un hijo de unos 6, 7 años. Los viernes regularmente el niño sale temprano de la escuela y Marcela lo tiene un rato en su oficina. Así, Fabián decide comenzar a juntar valor para hablarle a Marcela. Los jueves, como ritual personal, siempre compra una barra de chocolate, se come una naranja grande, a la que le arranca la cáscara con sus enormes dientes blancos y deposita toda su basura en el último bausrero antes de entrar de vuelta al edificio. Así que un día, después de fijarse las bancas que ocupa, las cosas que come, sus cotumbres, Fabián compra un chocolate y se lo deja con una nota. La observa mientras lee la nota y se guarda el chocolate. Al jueves siguiente, repite la operación y agrega una rosa. No espera a ver la reacción. Regresa a su oficina. Cuándo está trabajando, ve como llega Marcela. Se dirige a su escritorio. Le pone la rosa y los dos chocolates. "Sí tienes algo que decirme, hazlo en persona. Sé hombrecito". Fabián abre los ojos mientras todos sus compañeros observan la escena. Marcela se da la media vuelta. Fabián se levanta y la alcanza. "Quiero invitarte a tomar un café". Ella dice "Así. Sí, nos ponemos de acuerdo cuándo terminemos de trabajar".

Seis meses después. Fabián vive con Marcela. Ha decidido presentarla a su padre. Pero en esos días, la abuela está de visita en la capital así que se une a la alegre tropa que visita el departamento. Sin previo aviso, sin que don Fabián pueda avisarle, al departamento de Fabián llega la abuela Eugenia.
Continuará...